Egoísmo, según José Antonio Vergara Parra

Egoísmo

Por si no caen en la cuenta, las siguientes reflexiones están formuladas desde la primera persona del plural. Lo diré de otra manera: lo ecuménico me incluye. Me consta que lo ordinario cuenta con extraordinarias excepciones pero han de entender que toda abstracción, también ésta, necesita de la generalización para establecer conclusiones medianamente válidas.

Las enfermedades tangibles y mentales laminan, respectiva y alternativamente, el cuerpo y la mente pero me atrevería a decir que el egoísmo arrastra nuestras vidas hacia el precipicio. No sólo se lleva consigo una existencia vacua sino también  lo que dejamos de dar a nuestros semejantes.

En torno a esta exaltación desmesurada del ego ha prosperado una industria paralela de lo más solícita. Ya saben. Necesitamos conocer muestro papel en el cosmos y de ninguna manera podemos aceptar interferencia alguna. Y ahí, justo en ese instante de inabarcable narcisismo, los audaces andan al quite. Nos enseñarán a respirar, operarán nuestros rostros hasta donde alcancen la plata y la locura,  llenarán nuestro tiempo de trivialidades y, en suma, nos ofrecerán una felicidad que, por efímera e insustancial, es impostada. Suele decirse que nadie puede dar lo que no tiene. Falso. Cuando se da lo que se tiene y lo que no es cuando alcanzamos la verdadera felicidad. La consciencia, en tanto heraldo de Dios, nos marca el camino y nos infunde una fuerza insospechada. A toda tempestad le sobreviene una calma que se lleva parte de nuestro aliento para traernos la paz.

No todos estamos llamados a idénticos designios pues tan dispares son nuestros propósitos como los carismas. No temamos. ÉL nos conoce bien y tiene un plan para cada uno de nosotros. Mas todo será inútil si, ensoberbecidos, eludimos el escoplo una y otra vez. Miguel Ángel vio mucho más un descomunal bloque de mármol carrarés. El cincel y el martillo sólo quitaron el mármol sobrante para rescatar el soberbio David que sí atisbó el genio capresani desde el primer momento. El David, obra cumbre de la escultura universal, pasó a ser el paradigma de la grandeza humanística de Florencia, heredera de Dante, Giotto y Brunelleschi.

De igual modo, nuestras vidas están llamadas a rescatar la belleza de entre los escombros o, dicho de otra manera, la verdad de entre tantos señuelos. Habremos de estar dispuestos a soportar las cinceladas del Hijo del Carpintero que sólo desea liberarnos de lo innecesario. El egoísmo y todas sus franquicias son enemigos a abatir. De claudicar, los latidos de un nasciturus serán inaudibles, los necesitados serán inmateriales a nuestros ojos, la decencia una anormalidad, el amor una transacción mercantil, la amistad una quimera, la paternidad una carga,…………………….; la cruz, en definitiva, un cáliz del que no querremos beber.

Lo cierto es que la Cruz es liberación y, por tanto, vida. Cuando la tribulación y el sufrimiento se hacen insoportables, esperamos, como Aquél, que alguien levante nuestra cruz o, al menos, alivie su peso. Jesús fue crucificado por proclamar una Verdad revolucionaria e incómoda. Una palabra decididamente molesta, decía, para el poder de su tiempo: El Sanedrín. Una cohorte de magistrados, que no  rabadanes de almas, encargados de aplicar justicia religiosa, penal y civil a la luz de ley judía.

Tras el aparente fracaso de Jesús advino la revelación del verdadero triunfo del que hasta sus más fieles discípulos dudaron.

2.000 años más tarde, sigue habiendo crucifixiones antes nuestras mismísimas narices pues Jesús, antes que un cáliz, un templo o una imagen, es el semejante. Así de sencillo y así de enojoso.

“Todos estáis llamados a ser corderos y de esa manera ser reyes e hijos de Dios en el Reino de los Cielos. No en pocas ocasiones oís mi voz en vuestras conciencias y os afanáis en mil cosas que no son de Dios, intentando apagar mi voz en vosotros. Pretendéis saber el camino y hacerlo según los criterios e ideologías de este mundo. En verdad os digo que todo es más sencillo de lo que pretendéis hacer. Para cada uno de vosotros he dispuesto una misión a la que sois llamados; misión que os da vuestro ser, que os personaliza y os hace únicos a mis ojos: y esta misión es vuestra verdadera contribución a la transfiguración de este mundo. Para ti puede ser que ames a tu familia, que les hables de mí a tus hijos y nietos, que les lleves a los sacramentos, que realices bien y con amor tu trabajo. Tal vez te pueda llamar para algo más; que contribuyas a la caridad a través de alguien cercano que así te lo pida. Como ves, mi yugo y mi carga son ligeras; es más, os hacen verdaderamente libres, alegres, vivos, no pasivos y os hacen hijos de Dios, os liberan de las esclavitudes de este mundo. Recuerda que no sois eslabones aislados sino que formáis una cadena de caridad, de amor, como notas de una misma sinfonía. Si esa nota o eslabón de la cadena se rompe, si falta, no saldrá la composición como la pensó el Supremo Artista. A algunos de mis hijos les llamo al encuentro conmigo en el abandono de los afanes del mundo, para unirse conmigo. A otros les llamo para que abandonen el mundo en el mundo. No en una huida del mundo, sino una incitación a ser transfigurados y a transfigurar el mundo. Sólo la fuerza que brota de mi Amor en la Cruz, sólo este sacrificio al que sois llamados a participar y completar en vosotros, puede transformar el mundo, pues Yo soy el Salvador del mundo. Pero no temas este camino; lleva toda una vida recorrerlo, toda tu vida es una preparación, una ascensión para entrar en el Reino de los Cielos, pues no eres del mundo, como yo no soy del mundo. Mientras recorres este camino debes estar en el mundo, sin ser del mundo. Yo estoy siempre contigo.”

Esta maravillosa reflexión entrecomillada no es de Jesús pero podría serla. Un Ángel, que vive entre nosotros y que anda muy cerca de ÉL, la pensó para mí. En realidad, este pequeño párrafo es sólo una pequeña parte de una conversación soñada entre el Nazareno y este humilde humano que les habla. Dios mediante, su Hijo será la razón de mi segunda novela pues, aunque la maldita vanidad siempre anda al acecho, la ocultación de la palabra de su allegado constituiría un acto de inaceptable egoísmo.